viernes, 30 de marzo de 2018

Morriña

"Gonçal y Esteve jugaban al ajedrez algunas noches, e ella se sentaba cerca de ellos: bordaba manteles y hacía ganchillos para las hijas de los otros. Bostezaba. Esteve y Gonçal discutían a menudo de política y de arte. Cómo cuesta convertir una imagen en palabras, y Patricia veía que, cuando Gonçal decía eso, las orejas se le ponían rojas como una granada. Más difícil es dominar las ideas, querido Gonçal, decía Esteve. Tienes una idea que te persigue, que te obsesiona, la quieres traducir en un soneto, darle coherencia.. Y nada, apuntaba Gonçal. Eso, nada, al final te sale una birria. ¿Qué ideas?, preguntaba Gonçal. No lo sé... o, mejor dicho, sí que lo sé: hay dos ideas básicas y los hombres giran alrededor de ellas como los animales en torno a la noria, me refiero al sexo y a la muerte. Te olvidas de una, decía Gonçal ¿Cuál? Te olvidas del poder. Esteve consideraba, el poder, tienes razón, el poder domina el sexo y tiene miedo de la muerte. Pero el poder es sólo deseado por una parte reducida de la Humanidad, y ésos creen que controlan la muerte. Eso es, decía Esteve, pretenden la inmortalidad... Patricia les miraba y apenas oía el murmullo de sus conversaciones; serenidad, se decía, serenidad, eso es lo que Gonçal le da a Esteve. Ella no pedía más, sino que se repitiesen aquellas veladas vespertinas, cuando el jardín y el amorcillo de su secreto, que sonreía con la boca entreabierta, iban quedando envueltos por la noche y el reloj del bisabuelo dejaba oír un tic-tac como el rumor de un corazón."

Montserrat Roig, Tiempo de cerezas. 

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