Cayó boca arriba, golpeándose ligeramente la nuca. Aún tuvo tiempo de ver la áurea luna. Se volvió bruscamente, encogió las piernas y se encontró con el pañuelo rojo, la cara de horror, completamente blanca, de la conductora del tranvía que se aproximaba inexorablemente. Berlioz no gritó, pero la calle estalló en gritos de mujeres aterrorizadas.
[...]
El tranvía cubrió a Berlioz. Algo oscuro y redondo saltó contra la reja del parque, resbaló después por la pequeña pendiente que separa aquél de la avenida, para acabar rodando, brincando sobre los adoquines, a lo largo de la calzada.
Era la cabeza de Berlioz.
BULGÁKOV, Mijail: El maestro y Margarita
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