A decir verdad, no sabemos lo que incita al hombre a recorrer el mundo. ¿Curiosidad? ¿Anhelo irrefrenable de aventura? ¿necesidad de ir de asombro en asombro? Tal vez: la persona que deja de asombrarse está vacía por dentro; tiene el corazón quedamo. En aquellos que lo consideran todo dejà vu y creen que no hay nada que pueda asombrarlos ha muerto lo más hermoso: la plenitud de la vida. Heródoto se sitúa en el polo opuesto. Con su continuo ir y venir, es un nómada infatigable, ocupado en mil cosas, rebosante de planes, ideas, hipótesis... Siempre de viaje.
No abundan, sin embargo, naturalezas tan fervorosas. El hombre medio no muestra especial interés por el mundo. A él ha venido y en él se ve abligado a vivir, y no tiene más remedio que afrontar este hecho lo mejor que sepa y pueda; cuando menos esfuerzo le exija, tanto mejor. Mientras que la absorbente empresa de conocer el mundo requiere un esfuerzo gigantesco y una dedicación absoluta. La mayoría de la gente tiende más bien a desarrollar habilidades contrarias: mirar para nov ver y escuchar para no oír. De ahí que la aparición de un personaje como Heródoto -un hombre poseído por la pasión, la manía y el ansia de conocer, dotado además de inteligencia y de talento para escribir- entre enseguida en los anales de la historia universal.
KAPUSCINSKI, Ryszard: Viajes con Heródoto, 2004
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